viernes, 25 de febrero de 2011

Soy yo, tus circunstancias e Internet (1)

La actualidad va a veces más rápido que mi capacidad de procesar la información y los acontecimientos. Llevo cinco semanas sin escribir en este blog y el mundo se ha dado la vuelta. Desde la intervención de Cameron , hace unas semanas, en la que cuestionaba el modelo multicultural de la(s) sociedad(es) europea(s),  que yo pensaba analizar,  hasta las revueltas de Túnez que cedieron el paso a la revolución pacífica de Egipto, y las menos pacíficas de Bahrein y ahora de Libia (que me refuerzan aún más en la convicción de  analizar el discurso de Cameron….) y pasando por las perlas dialécticas de Ana Botella  y de Fernando Savater,  hoy me quedaré con  una primera reflexión sobre las identidades…
Qué es lo que conforma nuestras identidades? ¿Somos productos eternamente inacabados?  ¿podemos seguir refiriéndonos al lugar de procedencia o de crianza como tierra de raíces?
Un día hablando con Bonifacio, de Camerún, me decía que existe la costumbre en su país, de enterrar el cordón umbilical del niño o la niña que nace, debajo de un árbol, para que siempre recuerde sus orígenes. A mí, como a muchos de los que le escuchábamos me pareción una imagen preciosa. Con el paso del tiempo, la he ido cuestionando. Por supuesto, no la tradición en sí, sino mi propia mirada sobre su significado.
¿A qué pertenecemos? ¿Cómo nos definimos? ¿Qué es la identidad? ¿Es lo mismo que la cultura? ¿Podemos tener muchas identidades culturales, o sólo una hecha de la intersección de otras muchas?
Ante las palabras de Cameron, quien presenta el multiculturalismo como un fracaso, quizás sea necesario recordar algunas de sus características…

Hace aproximadamente veinte años, las sociedades europeas optaron por sistemas de gestión de la diversidad distintos según su propia manera de categorizar a los individuos, y según su propio concepto de Estado.

a. Asimilacionismo. Este modelo, vigente en Francia, defiende básicamente la absorción de los diferentes grupos étnicos y culturales en las sociedades receptoras que se suponen homogéneas y que defienden su forma de convivencia desde el convencimiento de que no debería cambiar con la llegada de personas extranjeras. Desde esta posición se defiende la cultura del país como superior a las demás. Se utilizan  todos los recursos para que las personas que pertenecen a grupos culturalmente minoritarios modifiquen sus conductas y se adapten a los valores, costumbres y formas organizativas  del grupo de la sociedad receptora. Entre otros problemas, el asimilacionismo crea grandes resistencias tanto al grupo mayoritario como a las personas de las minorías que se sienten rechazadas y estigmatizadas.
b. Integracionismo. Es un modelo complejo que surge a comienzos de los años setenta que intenta superar las teorías asimilacionistas para plantear la igualdad de todos los ciudadanos y ciudadanas, tratando de encontrar la unidad en la diversidad. Ejemplo de este modelo sería el melting pot (crisol)  en Estados Unidos donde se pretende crear una cultura común que recoja las aportaciones de todos los grupos culturales y étnicos sin que ninguno se imponga al resto. Sin embargo no se ha conseguido el objetivo que se pretendía: la anglosajona sigue siendo la cultura dominante y la desigualdad social y  económica están muy fuertemente unidas a grupos étnicos. “las acciones positivas en favor de las minorías han servido únicamente para evitar, aparentemente, el conflicto y el desequilibrio que podrían desestructurar el orden establecido y mantener las jerarquías de privilegios sociales, cediendo sólo en aquellos aspectos superficiales que no dañan el status quo”.
c. Pluralismo o relativismo cultural. Este es el modelo de multiculturalismo anglo-sajón, y también puesto en práctica en Alemania. Cada grupo tiene derecho a conservar, educarse  y desarrollar su cultura en igualdad de condiciones. La visión esencialista de cada cultura plantea que todas las culturas son valiosas y tienen derecho a mantener su identidad intacta y sin contaminar. La tolerancia  se extrema hasta el punto de que no existe una mirada crítica de las actuaciones de los grupos. Para preservar su identidad  defienden una suerte de separatismo, incomunicación  y autonomía, ya  que se consideran en peligro de desintegración si interactúan. Cada grupo defiende sus propios intereses frente a los intereses de la mayoría y renuncian así a la "contaminación" o sentimiento de pertenencia de una sociedad abierta.  Los distintos colectivos reivindican disponer de sus propios espacios como colegios, centros sanitarios, asociaciones, etc. que respondan a su forma de obrar. Este modelo estático puede utilizarse para legitimizar la permanencia de las desigualdades: una falsa tolerancia que termina discriminando a los grupos minoritarios porque al quedar aislados no pueden participar en medios culturales más amplios.
Frente a estas propuestas, entendemos que sólo la interrelación entre las personas puede luchar contra estos fracasos:
Interculturalismo/Interculturalidad. Hablar de interculturalidad es hacer referencia al encuentro, el diálogo y el intercambio cultural. A pesar de los obstáculos a la libre circulación, España se ha transformado en la última década en un país de inmigración. Desde el marco de los Derechos Humanos, el reconocimiento de la riqueza cultural y la necesidad de una participación activa e inclusiva, la interculturalidad propone:
-El diálogo y el intercambio entre los grupos culturales de forma que todas las personas participen en una construcción social más justa y solidaria.
-El respeto a las culturas, incluida la propia, desde una mirada crítica que cuestione aquellas prácticas y destierren aquellos valores que entren en conflicto con los derechos humanos universales.
- La convicción que la cultura es un factor importante a la hora de explicar la discriminación pero que debe ser considerado al mismo tiempo que otros,  como los económicos, sociales, de género, etc...
- La igualdad de condiciones, derechos y deberes para las personas de origen inmigrante con los que disfrutan los nacionales. Todas las personas deben tener derecho a participar activamente  en  la sociedad, sin tener que renunciar a su cultura de origen. Es decir que es necesario que se cumplan los principios de igualdad y justicia social en el marco del pluralismo democrático para que se pueda llegar a un verdadero entendimiento intercultural[1].
En otras palabras, y para  entender mejor este concepto, podemos resumir sus principales características como sigue:
·       La Educación Intercultural constituye una oportunidad de enriquecimiento de todas las personas, que tiene lugar a partir del intercambio, la apertura y la  interacción -tanto cognitiva como afectiva-, con los valores, los modos de vida y las representaciones simbólicas de las culturas con las que convivimos.
·       Fomenta la promoción de valores como el  respeto y la cooperación, de carácter universalista.
·       Facilita el diálogo entre las personas de distintas culturas, defendiendo la riqueza de la diversidad, el intercambio y la búsqueda de nuevas formas de relación, en las que se pueda establecer una convivencia abierta, democrática y solidaria, compartida por toda  la sociedad.
·       Trabaja por  la consecución de las condiciones de igualdad y justicia social que erradiquen situaciones de discriminación, a la vez que favorece la igualdad de oportunidades y de derechos.
·       Elimina los prejuicios y discriminaciones hacia los grupos minoritarios, promoviendo el respeto a los Derechos Humanos.
·       Impulsa la participación y representación de los grupos minoritarios en todos los ámbitos y espacios sociales.

Del multiculturalismo a la transculturalidad
 El concepto de interculturalidad ha ido evolucionando al tiempo que se ha ido precisando y focalizando en distintos ámbitos. Podemos afirmar que de la convergencia de culturas, (la aculturación, como adquisición de parámetros culturales distintos a los propios, en contextos multiculturales) hemos pasado a la afirmación de la cultura de cada cual y la construcción del especio común, más allá del espacio compartido.  Es decir que si en un primer tiempo, a mediados de los años 90 del siglo XX, empezamos en el mundo latino a hablar de interculturalidad basándonos en el estudio de las relaciones entre culturas y no simplemente en la observación y respeto de las diferencias culturales, más propio del pluralismo o relativismo cultural del mundo anglosajón y de la coexistencia de culturas diferentes pero con espacios reservados del multiculturalismo, la primera década del siglo XXI nos lleva a una nueva reflexión sobre la evolución de estos conceptos y a una idea de transculturalidad, sobre la que escribiré en otra ocasión. En efecto, si los conceptos de «aculturación», «interculturalidad» y «multiculturalidad»/»multiculturalismo» fueron definiéndose para atender a determinados fenómenos socio-culturales desde los presupuestos teóricos y metodológicos de la idea de las sociedades como entidades organizadas en el marco de la nación, los de «transculturalidad» e «hibridación transcultural» responden a dinámicas que han surgido a consecuencia del debilitamiento del Estado nacional y de las llamadas culturas nacionales, en vista del resurgimiento de nuevos espacios y procesos sociales a nivel global. Partiendo de las reflexiones de Néstor García Canclini en su ensayo sobre la «globalización imaginada», podríamos precisar: se trata de identificar el objeto cultural de la globalización desde una mirada sociológica y de desarrollar una teoría cultural en consecuencia.
En otras palabras, cuando desde el ámbito educativo seguimos hablando de enfoques interculturales, tomando como medida la relación entre individuos con culturas de origen distintas, nos seguimos refiriendo a un espacio asimilado a un estado-nación, delimitado y con fronteras físicas claras: seguimos hablando de culturas ancestrales “puras”, en contacto, y no tenemos en cuenta la evolución espacial – cibernética de la interculturalidad en un mundo interconectado.
A diferencia de los procesos globalizadores anteriores a la segunda mitad del siglo XX, la actual globalización desarrolla un carácter totalizador al convertirse en «un nuevo régimen de producción del espacio y del tiempo» (Canclini, 1999: 47). Con ayuda del desarrollo tecnológico y la aparición de la «sociedad informacional» (M. Castells), la economía del mercado acelera el acercamiento de las culturas y crea contactos transculturales con sus correspondientes efectos, positivos o no. 
 Por lo tanto, podríamos entender la transculturación como la consecuencia de una profunda transformación de la relación entre lo social y lo cultural, en función de la adaptación del sistema societario a un entorno cambiante, que es la globalización. La sociedad responde a las fases de aumento de complejidad de sus estructuras con una correspondiente transformación de la semántica, es decir, del conjunto de significaciones, símbolos y sentidos, resumidos bajo el concepto de «cultura».
No cabe duda, estamos ante un fenómeno muy complejo, al menos en dos sentidos:
1. Ante el atractivo de la fusión y encuentro productivo de distintas culturas en un espacio o en situaciones de contacto (libres de la sumisión al Estado nacional), se derrumba el mito de la “cultura nacional”).
2. En segundo lugar, el creciente contraste entre las culturas autóctonas establecidas y la experiencia multicultural hace disminuir la relación entre cultura e identidad, propia del modelo moderno (Moreno, 2002).
 Retomando como punto de partida de esta reflexión, los recientes acontecimientos en el norte de África, es importante hacer alusión a la sociedad de la información, a las redes sociales fundamentalmente, quienes han constituido en sí mismas un espacio transnacional, transcultural y transgeneracional de movilización ideológica, alejado de fronteras geográficas y de cultura única.  Lo que ha movido a miles de personas a manifestarse es un sentimiento común de hastío ante los abusos y la negación sistemática de los derechos ciudadanos. Podríamos hablar de movimiento democrático impulsado por una comunidad identitaria voluntaria, entendiendo por ello, la agrupación de personas con sentimientos similares, objetivos comunes, y necesidad compartida de hacerse oír.
Los viejos modelos culturales e identitarios, ya no sirven y es hora de repensar el orden mundial. Cerrar fronteras y luchar contra la inmigración física para proteger modelos de sociedades “puras”  se está convirtiendo en un intento desesperado de agarrarse al pasado. La red viaja libremente llevándose las ideas de todos y todas alrededor del mundo. 
En palabras de Amin Maalouf en “El desajuste del mundo”, “es nuestra evolución moral la que debe dar un acelerón considerable, es ella la que debe situarse urgentemente al mismo nivel que nuestra evolución tecnológica, y eso exige una autentica revolución en los comportamientos”. 
Las identidades nacionales tienen intereses económicos y políticos en conservar territorios, pero de no tenerse en cuenta la constante evolución del ser humano, su capacidad de repensarse, de reconstruirse o –simplemente- de elegir ser otra persona, el actual modelo europeo está abocado al fracaso. Y no por –como decía Cameron- incorporar a personas de origen extranjero a “nuestras” sociedades, sino, precisamente, por no hacerlo.

Martínez, L. y Tuts, M. (2005): Formación en educación intercultural para asociaciones juveniles. CJE.
[2] García Canclini (1999): La globalización imaginada. Paidós. Buenos Aires-México. “Para explorar cómo pueden surgir sujetos que puedan cambiar el rumbo de la globalización es necesario, entonces, descubrir lo que García Canclini llama “nuevos espacios de intermediación cultural y política” (30). El trabajo intelectual debe apuntar entonces a que “el futuro de la globalización lo decidan ciudadanos multiculturales” (36)”.
[3] Más sobre este tema en
Kaufmann, C (2001): Historiografía y Memoria colectiva. Tiempos y territorios. Miño y Godoy. Buenos Aires.


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