jueves, 9 de diciembre de 2010

La vida por delante

Estuve recientemente en el teatro de La Latina, en Madrid, viendo la magistral interpretación de Concha Velasco, dirigida por J.M. Pou en  La vida por delante.
Un texto limpio, no exento de ese humor ácido que caracteriza todo lo que gira en torno a lo judío.  La puesta en escena, la iluminación, y -sobre todo- la interpretación me dejaron realmente sorprendida.
Esta obra, sin embargo, y a pesar de haber sido vista por más de 250.000 personas (y sigue en cartel), no le habrá llegado a mucha gente.
¿Por qué?

1. El contexto.
Los años cincuenta en París, el recuerdo tan próximo de la Shoa, la delación, las deportaciones y la aniquilación sistemática de la población judía condiciona el relato. La profesión de Madame Rosa - exprostituta-, que tanta sonrisa provoca, es una especie de metáfora de su realidad. La gran humanidad de la que hace gala proviene del sufrimiento, del desprecio y del odio. Ese desprecio que comparten, en esa época y por razones distintas, quienes se dedican a la prostitución y quienes fueron calificados de "Undermensch" (seres humanos inferiores). 
La lucha por la supervivencia es igualmente metafórica y la solidaridad hacia los más débiles, los que se han visto desprovisto de lo mínimo (los "hijos de putas" que ella recoge para darles un hogar, un cariño que les ayude a vivir) una recreación de las circunstancias vividas en los campos.
La música, omnipresente, nos retrotrae al pasado de Madame Rosa. Las alusiones a las comidas (el Gefillte Fisch), los rezos del Shabat, a escondidas de los vecinos, nos recuerdan la persecución a la que fueron sometidos miles de franceses de religión judía, por otros franceses de otra religión. 

2.- Los personajes
Madame Rosa no es solamente una exprostituta. Es judía. Judía ashkenazi. Quienes estamos familiarizados con esa cultura, la reconocemos como una vecina, la del segundo, en casa de la que siempre se canturreaba, sonaba música nostálgica de violines, de dónde salía un olor persistente a ajo y knöddels. Incluso los excesos de maquillaje, la peluca, convergen en la doble "identidad" de Madame Rosa. Una se espera en cualquier momento oírla hablar en yiddish, y maldecir de las escaleras y de la estupidez humana. Y, como esa vecina del segundo, una se espera verla fumar (y la ve), tomarse un trago de vino (y se lo toma), y refunfuñar sin parar para disimular la gran sensibilidad que siente, el corazón generoso pero siempre en guardia. Madame Rosa no tiene pudor, no tiene vergüenza; no porque sea una vieja puta, sino porque la vida ya no la impresiona. Es ella, simplemente. No tiene que justificar nada ni puede esconder ya nada. La despojaron de todo pero no pudieron con su dignidad. Madame Rosa es viva, divertida, positiva. Madame Rosa es una lección de optimismo. Y de generosidad. 
El médico, el doctor Katz es, a su vez, un personaje familiar. El viejo médico judío, confidente, fiel amigo, quizás cliente en otros tiempos, acompaña más que medica. No juzga, no pide: está.
El joven Momo, que percibimos algo tonto, resulta ser el consuelo de Madame Rosa. Necesitado de su protección pero, a su vez, protector. Árabe pero judío. Niño, pero hombre. Hijo, pero hermano.

3.- El humor
El humor judío es un humor fino, cáustico, a veces mordaz. Uno se ríe de sí mismo, de sus manías, de sus defectos, de sus características... hasta de sus desgracias. Si habéis visto "El violinista en el tejado", sabréis a lo que me refiero. Nadie como los judíos para contar chistes sobre sí mismos.

4.- La puesta en escena
El escenario representa el salón de la vivienda de Madame Rosa. Una última planta sin ascensor, algo abuhardillada, llena de trastos viejos rescatados de la rapiña, en un barrio popular lleno de inmigrantes. La música que entra por la ventana de la minúscula cocina lo demuestra.El juego de las luces, la colocación de los elementos estáticos, la indecencia  permanente de Madame Rosa transforma en voyeur al público. Entramos en su vivienda como entramos en su intimidad y en su vida.

5.- La dirección y el público
La elección de Concha Velasco, como de los demás personajes de reparto ha sido una brillante decisión. Borda el papel, lo vive, lo transmite. Concha Velasco no interpreta a Madame Rosa, ES Madame Rosa.
Sobre el público (fuimos un domingo a las seis de la tarde), diré que estaba compuesto por personas mayores de 70 años, en su mayoría, sobre todo mujeres. Tenía la sensación de que iban a ver un personaje caricatural, una Concha Velasco de comedia. Se rieron, claro está, el texto y la dirección de J.M. Pou consiguen expresar una situación trágica en clave de comedia. Pero quienes no tengan relación con la Historia, esa Historia contemporánea, ese pasado europeo de la Segunda Guerra Mundial, se habrán perdido la verdadera esencia de la obra de Romain Gary, premio Goncourt en 1975.

Si podéis, id a verla. Disfrutadla, pero reflexionad. Es un monumento a la vida, a la tolerancia, a la generosidad, al amor. 







2 comentarios:

  1. Si Pou, Velasco y los demás actores leyeran esta reflexión te aplaudirían a ti. Sentí todo eso que describes. Y sí, id a ver La vida por delante, que ya en el título anima, motiva.
    Gracias por recordarlo

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