jueves, 12 de mayo de 2011

El co-desarrollo: Ser persona. Creer en las personas.

Vuelvo, una vez más, de Marruecos donde tuvimos la evaluación del segundo curso (de cinco) con los compañeros de la SNE. Está de más recalcar la acogida de quienes están haciendo un trabajo extraordinario, con medios modestos -pero bien utilizados-, en un contexto de grandes cambios en el país.
Me llama la atención su determinación, su entusiasmo y su capacidad de transmitir valores al profesorado matriculado en estos cursos.
Me llama la atención la coherencia de su trabajo y el rigor con el que se lleva a cabo el proyecto. Y me alegra infinitamente constatar que ya se han apropiado de las herramientas tecnológicas que les permite comunicar y difundirlo.
A veces, como ya dije en anteriores ocasiones, tengo la sensación de que la Cooperación es un especie de saco roto, en el que todo cabe y del que todo se escapa, sin objetivos claros ni gestión eficaz. Otras, que la Cooperación es una especie de gallina de los huevos de oro, envuelta en buena conciencia, machacada por la culpa ancestral de la colonización. Ya sé que se me van a echar encima muchas personas, pero es cierto que eso de LA cooperación es un monstruo de muchas cabezas, algunas espléndidas y bien estructuradas y, otras, completamente vacías y hasta dañinas. Y creo que se necesita una profunda reflexión sobre el co-desarrollo. Y la incorporación urgente de la Educación para el Desarrollo en campañas de sensibilización.

Reflexionemos...

Hasta llegar a nuestros días, el co-desarrollo ha pasado por distintas fases. Primero se trató de la "ayuda al Tercer Mundo", que recordarán quienes pasen de los cuarenta. Si pasan de los cincuenta, incluso recordarán las ayudas a "los negritos de África, que se mueren de hambre".  Partia, en general, de organizaciones religiosas caritativas, cuya principal y admirable labor era la de paliar situaciones de extrema pobreza debida a factores naturales o conflictos armados. Esta idea, hoy en día, sería la de la "ayuda humanitaria", llamando a la compasión de quienes tienen más para  ayudar a quienes tienen menos y, de manera subliminal, mantener vivo el sentimiento del Norte rico-solución a la pobreza estructural del Sur.

Poco importa que hace cuarenta años la caridad estuviera en manos de órdenes religiosas y que hoy en día esté en manos de algunas instituciones: las campañas están basadas en un enfoque eurocéntrico de las relaciones Norte-Sur, se nutren de imágenes a menudo catastrofistas y, en numerosos casos, se limitan a la recaudación de fondos cuyo destino no siempre es el esperado.

La política de la tirita de los estados postcolonialistas procuró, a través de campañas paternalistas, minimizar los abusos cometidos, llamando a la mala conciencia de las sociedades.  La  necesidad de recaudar fondos para “los pobres” se convertía así en el mensaje habitual de las ONG’s y de algunas instituciones gubernamentales, confundiendo la estigmatización de las poblaciones con el empobrecimiento estructural dejado por los años de la colonización. Por otra parte, se daba por sentada la imposibilidad para estos países de salir de la miseria sin la ayuda de Occidente. Una ayuda en forma de donativos que no cuestionó jamás el origen de la desigualdad ni las consecuencias de la injusticia social.
El paso siguiente fue el del desarrollismo que emergió en la década de los sesenta. La convicción de que la aportación de capital, el conocimiento y el desarrollo tecnológico impulsarían a los países en vías de desarrollo cuajó con fuerza.  Es la época de las grandes inversiones –en África, sobre todo-, de obras faraónicas y de la construcción de vías de comunicación a veces sin rumbo, otras con materiales viciados pero, en todo caso, con el beneplácito de las administraciones tanto europeas como africanas, en un intento de normalizar décadas de explotación.En un libro lleno de humor corrosivo, Erik Orsenna  hace alusión a una de estas obras “magníficas”, y la sitúa en Malí, poniendo en boca de sus protagonistas africanos las reflexiones siguientes:

¿Qué es el codesarrollo?
Por la mañana, recibíamos los sueños. A mí me gustaría que Francia reparase mi ciclomotor: sin el, ¿cómo podría repartir los huevos? Yo querría que la Alta Delegación limpiara el matadero: ¿cómo puede Malí considerar el futuro con serenidad con ese olor a putrefacción? Nosotros, mis primos y yo, juramos que nunca emigraremos hacia Montreuil, si Francia repara nuestra piragua. Yo querría que Lacoste me autorizara a reproducir legalmente sus camisetas con el cocodrilo… después de todo, es un animal que pertenece a África… [Pero el alto funcionario del estado francés sólo hablaba de una cosa: el intercambiador]. (…)Delante de nosotros, frente a una gasolinera abandonada, dos senderos se cruzaban. En uno de ellos caminaban lentamente dos burros, cargados de leña para el fuego. En el otro se peleaban dos cabras por una bolsa de plástico color sepia en el que se leían las cuatro letras muy francesas FNAC, llegada hasta ahí sabe Dios cómo. Completaba el paisaje una extraña escultura, un espléndido trozo de carretera. Veinte metros de perfecta calzada con su línea blanca continua en el medio y a los lados, los arcenes de seguridad. E incluso una señal que anunciaba una curva peligrosa. El trozo de carretera se elevaba suavemente por los aires, soportado por vigas grises y terminaba de forma repentina, sobre el vacío… [Traducción propia]

Los modelos de modernización por inversión de capitales, sin tener en cuenta las verdaderas necesidades de las regiones empobrecidas por siglos de apropiación de sus recursos, pretendían “seducir” a los gobernantes novatos, muchas veces educados en países occidentales, pero demostrarían el fracaso de patrones exportados, sacados de su contexto.
Es también en esos años cuando recobra vigor el viejo proverbio chino Dale a un hombre un pez y comerá un día. Enséñale a pescar y comerá todos los días de su vida. Un proverbio a la medida de quienes estaban convencidos de que para sacar a los países del Tercer Mundo de la miseria, debíamos exportar el modelo occidental de desarrollo. Pero el tiempo demostró que enseñar a pescar no garantizaba el sustento. No habíamos contado, por ejemplo, con que los ríos estuvieran contaminados, con que el cambio climatológico resecara sus cauces y con que, poco a poco, los peces desaparecerían…
La fase desarrollista dio paso a una primera generación de la educación para el desarrollo. Las ONGs empezaron a dejar el discurso asistencialista para hablar de cooperación, pero mantenían la idea de que la transferencia de técnicas y conocimientos occidentales (modernos) serían la salvación de sociedades atrasadas (ignorantes y primitivas).

 La educación para el desarrollo: una mirada crítica y solidaria
La aceleración de la descolonización (sobre todo en África) de los años sesenta provoca un gran movimiento intelectual y social en Europa. Mayo del 68 propone una revisión de los valores y va tomando forma el “paradigma de la dependencia”. América Latina sería el motor de cambio que extendería a otras áreas del Tercer Mundo la consciencia de que el subdesarrollo no es un rasgo de retraso de unas sociedades comparadas con otras, sino el resultado de la desigualdad de los sistemas económicos, políticos y sociales marcados por el colonialismo y el postcolonialismo. Se va gestando la idea de que el desarrollo de unos se logra gracias al subdesarrollo de otros y se incrementan las acciones “en el terreno”, transmitida con mayor o menor éxito por las televisiones emergentes.
En la década siguiente es cuando situamos el principio de lo que conocemos hoy como E. D. (Educación para el Desarrollo). Los movimientos de renovación pedagógica[1] incluyen estas cuestiones sobre las causas y consecuencias de la desigualdad y ofrecen pautas metodológicas  y propuestas educativas innovadoras.
En 1974, la UNESCO promulga la “Recomendación sobre la educación para la Comprensión, la Cooperación y la Paz internacionales, y la educación relativa a los derechos humanos y las libertades fundamentales”, a través de la cual insta a los Estados miembros a promover “las cuestiones mundiales”.[2]
En la década de 1975-1985 aparece la educación para el desarrollo en los programas desplegados por los gobiernos europeos. Holanda, Bélgica, el Reino Unido, Francia  y Dinamarca son un buen ejemplo de ello, con la incorporación de distintas acciones encaminadas al establecimiento de programas educativos que sientan las bases de la E. D. en estos términos[3]:
-        El aprendizaje de la interdependencia: la comprensión de las condiciones de vida de las naciones en desarrollo y las causas del subdesarrollo, desde una perspectiva global, que las relaciona con la situación y el papel internacional de los países industrializados.
-        El fomento de actitudes favorables a la cooperación internacional y a la transformación político-económica de las relaciones internacionales.
-        Un enfoque crítico con el modelo de desarrollo occidental y la valoración del “desarrollo apropiado” para cada contexto, con dimensiones, más allá de lo económico, humanas, ambientales y culturales.
-        La valoración del cambio social
-        El vínculo estrecho entre la transmisión de conocimientos, el desarrollo de las aptitudes y la formación de actitudes y valores mediante procedimientos como el “enfoque socio-afectivo”, para despertar la conciencia político-social, el compromiso y la acción transformadora.
-        La coherencia entre fines y medios, desarrollando en el proceso educativo la participación y actitudes críticas
-        La importancia del proceso de la evaluación del proceso educativo

La E. D. va evolucionando hacia la concienciación de la necesidad de trabajar por un desarrollo sostenible para llegar a situarse hoy día en el ámbito de la educación para la ciudadanía global.
Los cambios históricos, económicos y sociales conllevan cambios estructurales. Los países tradicionalmente llamados desarrollados sufren una crisis del estado de bienestar y los modelos socialistas de los países del Este han fracasado. Las antiguas propuestas de desarrollo se han vuelto económica, social y ambientalmente inviables y la fuerza política de los Estados también pierde fuerza y se diluye en un mercado global. Asistimos, atónitos, a una especie de soberanía transnacional privada, carente de ideología, que dibuja nuevas fronteras alejadas de arraigos territoriales… y se tambalea la democracia, tanto en los países en los que ya estaba estabilizada como en aquellos del Sur, en los que está dando pasos aún inseguros.



Esta situación plantea la necesidad de diseñar nuevos marcos de gobernación, desde el concepto de la democracia participativa…, pero también resalta las injusticias presentes


La educación para el desarrollo: el avance de la solidaridad

Podríamos hablar de una doble perspectiva de la educación para el desarrollo: la cognitiva y la actitudinal.
La información, el conocimiento y el análisis son fundamentales a la hora de trabajarla. Pero la información debe ser un paso en la consecución de una percepción solidaria de las situaciones.
Luchar contra la pobreza es revisar conceptos arraigados sobre sus causas; se trata de garantizar, para todos y todas, la igualdad de condiciones y oportunidades para vivir una vida digna y feliz. Para ello, es preciso contribuir a que cada persona esté capacitada para la participación responsable dentro de su grupo, trabajando en la realización conjunta de sus necesidades, en interrelación con las de su comunidad.
El codesarrollo y la educación

De la misma manera que hablamos de la diferencia entre educación desde, sobre o para el medio ambiente, debemos matizar los distintos conceptos de la educación y del desarrollo cuando los trabajamos desde el aula.
Observemos en el cuadro siguiente cuáles pueden ser las posturas desde las que enfocarla: [1]

Educación sobre el desarrollo
Se trata de un estudio sobre las razones de la desigualdad y los distintos modelos de desarrollo, basado en conocimientos conceptuales, antropología,  economía, política, historia y medio ambiente tanto a nivel local como internacional.
Educación como desarrollo
Se trata en este caso de tomar al alumno o alumna como centro del aprendizaje. Es una práctica emancipadora, centrada en el proceso de enseñanza-aprendizaje, interactivo, experimental y significativo.
Educación para el desarrollo
Se trata de trabajar con los alumnos y alumnas distintas habilidades y destrezas dentro de un marco de valores de solidaridad y justicia para ayudar a la construcción de una personalidad crítica.  Se buscará desenmascarar las claves de los problemas del desarrollo en los que actúan intereses contradictorios y facilitar la interpretación de la realidad para transformarla.

¿Cómo trabajar desde el aula?

Parafraseando a Paulo Freire[1], recordaremos que los seres humanos se diferencian de los animales por su capacidad de transformar el mundo. Al contrario de éstos, a los que el mundo les viene dado y viven en el medio que corresponde a su naturaleza, los seres humanos pueden (¿deben?) traspasar las barreras limitadoras que se imponen a otros elementos de la naturaleza.
En el ámbito educativo, esta premisa se hace indispensable para llevar a cabo la labor de transformación de situaciones de desigualdad e injusticia, trabajando desde la praxis. La praxis es teoría y práctica; conocimiento y aplicación. Sólo la reflexión y la acción  que inciden sobre las estructuras pueden transformarlas.
En la educación en valores, nada tiene sentido por sí solo. No podemos hablar de educación para la paz sin tener en cuenta el medioambiente, ni tratar el codesarrollo sin hablar de migraciones… Y desde el contexto educativo, no podemos hablar de educación –a secas- sin hablar de transformación. Y, siguiendo con Freire, nos atreveríamos a decir que, si bien toda acción educativa debería suponer transformación, toda transformación no supone siempre acción educativa alguna.[2]
Orlando Pineda Flores[3], conocido como el Paulo Freire de América Central, solía explicar a los formadores y formadoras que lo que erradica el analfabetismo no es ninguna campaña por sí sola. Lo importante, recalcaba, depende de cómo vos me querés y de cómo yo te quiero. Si no conseguimos “enamorar” a nuestros alumnos y alumnas, si no logramos transmitirles la importancia del compromiso y de la implicación en la construcción de un mundo más justo y equitativo, jamás conseguiremos “alfabetizarlos” en valores.
Desde el espacio educativo, es necesario que los alumnos y alumnas trabajen de forma cooperativa. En la cooperación subyacen las ideas de solidaridad, de conjunción de esfuerzos con meta común, de conflicto y acuerdo; todas ellas íntimamente ligadas al sentimiento de interdependencia de las personas. Esta interdependencia positiva fuerza al alumno o alumna a procesar la información y a reelaborarla, pone en cuestión los propios puntos de vista y abre la mente a los distintos enfoques que puedan tener los y las compañeras. El trabajo cooperativo ha demostrado reducir considerablemente la ansiedad y el miedo al fracaso, fomenta la motivación y refuerza la autoimagen.
Trabajar de forma cooperativa supone para el educador o educadora el replanteamiento de sus métodos: ni es fácil aprender a leer o a escribir, ni se hace de la noche a la mañana. De la misma manera, aprender a trabajar en grupos necesita su tiempo, puede llevar la clase a un caos provisional, ruido, menor nivel de rendimiento, etc., pero enseña desde la práctica a colaborar respetando al compañero o compañera y, sobre todo, a definir previamente un objetivo común que sólo se puede alcanzar a través de la solidaridad y la cooperación de todas y todos. No debemos formar alumnos pasivos, alumnos y alumnas modelo que beben nuestras palabras en silencio, debemos educar(nos) el sentido crítico y desarrollar estrategias para fomentar la participación.
En muchos casos, lo que realmente se piensa se desprende de lo que, de hecho, se hace[4]. “Dime lo que haces (y cómo lo haces) en tu aula, y te diré qué valores tienes.” El conocimiento no se limita a la transmisión de conceptos. No existe la neutralidad, ni el saber puede verse fuera de los condicionamientos sociohistóricos. La práctica educativa, no puede, por tanto, darse al margen de la estructura social, del compromiso solidario y de la construcción de la identidad dentro de un nuevo espacio de ciudadanía para todos y todas.
Trabajaremos desde el aula, posicionándonos claramente desde una perspectiva global del concepto de desarrollo.  Partiremos, como siempre, de lo próximo, lo inmediato, lo conocido por nuestros alumnos y alumnas y los llevaremos a lo más general. Comprender los conceptos de solidaridad, compromiso, justicia cooperación es un trabajo cotidiano que podemos realizar a través de actividades dentro del currículo o fuera de él, ya que recordemos que estamos hablando de una metodología, no de un contenido…

Desde el punto de vista de las estadísticas, si una persona recibe mil dólares y otra persona no recibe nada, cada una de esas dos personas aparece recibiendo quinientos dólares en el cómputo del ingreso per cápita.
Desde el punto de vista de la lucha contra la inflación, las medidas de ajuste son un buen remedio. Desde el punto de vista de quienes las padecen, las medidas de ajuste multiplican el cólera, el tifus, la tuberculosis y otras maldiciones

Las actividades de aula de esta propuestas están disponibles en:

Martina Tuts y Luz Martínez Ten (2006): Educación en valores y ciudadanía. Capítulo 6. Los Libros de la Catarata. Madrid







[1] Freire, P. (2002) op. cit. p.161.
[2] La aserción de Freire dice: “Si bien todo desarrollo es transformación, no toda transformación es desarrollo”. En Pedagogía del oprimido. Op. cit. p. 210.
[3] Parte del trabajo de Orlando Pineda Flores, en Nicaragua, se puede leer en: http://www.envio.org.ni/articulo/578
[4] Una reflexión interesante al respecto se puede leer en

[5] Galeano, E. (2004): op.cit. p. 35
[1] Adaptado de Argibay, M., Celorio, G. y Celorio, J. (1997): Educación para el desarrollo. El espacio olvidado de la cooperación. En Cuadernos de Trabajo de Hegoa. Número 19. Hegoa. Bilbao.
[1] Nos referimos concretamente a Paulo Freire o a Iván Illich.
[2] Texto de la Recomendación disponible en: http://www.unhchr.ch/spanish/html/menu3/b/77_sp.htm
[3]Grasa, R. (1990): “Aprender la interdependencia: educar para el desarrollo”, en J.A. Sanahuja (coord.), Juventud, desarrollo y cooperación. Cruz Roja española. Madrid. Pp. 97-107
[1]  E. Orsenna (2003): Madame Bâ. Ed. Livre de Poche. Paris. P. 258-259. Versión en castellano: Una dama africana. (2004): Tusquets. Barcelona.


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