A vueltas con la rentrée y las tareas, nos enfrentamos a nuevos y viejos retos. Uno de ellos es el de hacer nuevas recetas con los mismos ingredientes de siempre: La interculturalidad (o la gestión de la diversidad, como algunos prefieren llamarla, aunque les separen matices) sigue siendo la asignatura pendiente de numerosos centros escolares.
La crisis económica y financiera no sólo tiene consecuencias en el consumo de las familias. Asistimos a la par a una crisis de valores –nos referimos a valores laicos, claro está- centrados en los derechos fundamentales de las personas.
Lejos ha quedado el interés institucional por la gestión de la escolarización de los niños y niñas de las familias migrantes, y más alejada aún de las primeras filas están las medidas socioeducativas de transformación del concepto de déficit inicial al de bagaje cultural y de conocimientos que pudieran incorporarse al curriculum general, aportados por estas niñas y niños.
El desgaste de las palabras o su uso indiscriminado no ayuda a revalorizar el concepto. Este es probablemente el caso de la palabra ‘interculturalidad’, que costó definir para no confundirla con otros conceptos (multiculturalismo, culturalidad, culturas en contacto, choque cultural, etc.).
Se ha escrito hasta a saciedad sobre la importancia de una educación intercultural, centrada en las necesidades del alumnado, el respeto a las diferencias, y la hipotética construcción de un espacio común. Sobre la creación del clima de clase o el pacto de aula; sobre las actitudes del profesorado. Se ha reflexionado y analizado desde distintas perspectivas las buenas prácticas, las experiencias de éxito, las comunidades de aprendizaje… Se han incorporado a los proyectos educativos las competencias básicas y la progresiva entrada de la tecnología en el aula.
Las actitudes del profesorado se han trabajado desde valores de empatía y a veces las aptitudes se han visto reforzadas a través de cursos de actualización, metodología y formación.
El crash bursátil, el hundimiento de los bancos de inversión, por su mala gestión de los capitales, y los parámetros que las empresas de control se han sacado de la manga (a posteriori, por supuesto), nos han llevado a la sensación de que este barco occidental hace aguas. Basta con echar un vistazo a la prensa para empezar los días deprimida.
Pero, ¿por qué hemos llegado a esto?
Las causas subliminales (o no) del malestar
-El desmoronamiento de las sociedades occidentales, (todas basadas en un único modelo económico liberal capitalista, de corte estadounidense) demuestra una equivocación de base: anteponer el rendimiento empresarial a la formación de la población en general, a la democratización real del sistema educativo y sanitario, basado en una apuesta sólida por el gasto público;
- El modelo económico pactado por las fuerzas aliadas al concluir la II Guerra Mundial, con el objetivo claro de la reconstrucción de Europa, no ha sabido adecuarse a la evolución de sus estados-naciones. Para entendernos mejor, diría que no se ha tenido en cuenta el factor de obsolescencia del modelo, centrado en una política de hiperproducción industrial.
- La mayoría de los países europeos mantenían colonias en África y Asia y se alimentaban de materias primas a precios ridículos. El modelo democrático que Europa pretendió implantar en África es el mismo que esclavizó a miles de africanos, impidiendo que se volvieran autónomos. La presión ejercida por Occidente, la superioridad de una sociedad sobre otras, la evangelización salvaje en nombre de “la civilización” mantuvieron durante medio siglo a las populaciones indígenas en la más auténtica sumisión.
- La bonanza económica de los países europeos democráticos de los años sesenta, llamados “Golden years” al norte de los pirineos, con la popularización del turismo, de los medios de transporte (Ma voiture, c’est ma liberté, rezaba un anuncio de Renault a finales de los sesenta), el desarrollo de la clase media y el “baby boom”, consecuencia de lo anterior, crearon el espejismo de la eternidad. La paz conseguida y la posterior reconciliación con Alemania, premisa a la unificación europea, dibujaron un panorama idílico e infranqueable al desaliento.
- La ‘caída’ del muro de Berlín y el posterior desmantelamiento de la Unión soviética reforzaron la pertenencia a un territorio libre de peligros, orientado hacia el bienestar y el desarrollo económico.
- La guerra del Golfo hizo tambalear los cimientos de la impunidad y la Operación Libertad acabó de rematar a Superman, dejando miles de víctimas y un territorio devastado.
- Los atentados de Septiembre de 2001 acabaron con el imperio. Más que atacar las Torres Gemelas y dejar miles de muertos, atacaron directamente la moral de los estadounidenses y, por ende, del resto de Occidente. Éramos vulnerables. Podían con nosotros, con las superpotencias mundiales y con su modelo y sistema de vida.
La crisis económica, moral y de valores empezó entonces. Entre otras cosas, porque se paralizaron los desplazamientos, se redujeron las inversiones en viajes turísticos y muchas empresas europeas se fueron a la ruina por la desconfianza estadounidense. Empezaron el rencor, la estigmatización de las poblaciones no “caucásicas” y la demonización del Islam, como revulsivo.
- Los países europeos del norte, colonizadores venidos a menos, fueron receptores de oriundos de sus colonias desde la independencia de esos países, por lo general, en la década que abarca 1953 a 1963. Argelia, Marruecos, Túnez, El Congo belga, entre otros muchos (sin contar con las ex colonias de Gran Bretaña), constituyeron bolsas de emigración que los colonizadores recibieron con mala conciencia, pero con necesidad de mano de obra barata y poco preparada. Desde su situación de ciudadanos y ciudadanas de segunda categoría, contribuyeron al desarrollo industrial de quienes ya los había explotado durante años… Surgieron los barrios periféricos, auténticas conejeras aisladas del centro de las ciudades, mal comunicadas, sin infraestructuras ni propuestas culturales. Los hijos e hijas de esas familias se iban incorporando al sistema educativo, dando por supuesto que dejarían la escuela en cuanto acabaran el ciclo obligatorio. Se fue creando, de esta manera una subcategoría de ciudadanos y ciudadanas presos de las circunstancias y sin horizonte. Hoy, en 2011, los primeros inmigrantes ya son abuelos y algunos bisabuelos, pero siguen imperando la desigualdad y la violencia en los barrios del extrarradio. Basta echar un vistazo a las noticias de los últimos años, al respecto.
- Mientras, en España, íbamos progresando. El asentamiento paulatino de los valores democráticos, la ayuda europea a nuestro desarrollo, la revalorización de los terrenos rústicos y la creación de la burbuja inmobiliaria cegaron a una población hambrienta de espejismos y de consumo. Vanitas vanitatis. También empezaron a llegar trabajadoras y trabajadores extranjeros, y “descubrimos” la diversidad. En 1994 empezaron las primeras reflexiones sobre inmigración y diversidad, balbuceos bienintencionados que se convertirían en un voluntarioso modelo intercultural, a principios de los años 2000.
¿Qué le debemos a la inmigración?
La unicidad forzosa del Estado español durante los cuarenta años de franquismo ocultó la diversidad cultural interna, relegándola a muestras de folklore regional. La diversidad lingüística se justificó transformando lenguas en dialectos.
La llegada de la democracia y la elaboración de la Constitución rectificaron con acierto y devolvieron a las regiones su idiosincrasia y su dignidad.
Tendríamos que esperar, sin embargo, a la llegada de las primeras mujeres inmigrantes y de sus hijas e hijos, para volver a darle importancia a la diversidad en el aula.
Las buenas perspectivas económicas de España en la década de los noventa y principios del dos mil atrajeron a miles de personas procedentes de países menos favorecidos. Las aulas cambiaron de color, el profesorado entró en pánico, y las medidas compensatorias empezaron a llover: había que encontrar soluciones a corto plazo.
A medida que se incrementaba el número de personas extranjeras, se modificó el punto de partida. Lo compensatorio no era suficiente, ni ideológicamente aceptable. “Queríamos trabajadores, y vinieron personas”. Con necesidades específicas pero también con muchas cosas que compartir con nosotros. Su trabajo, en estos años contribuyó en gran medida a que la Seguridad Social estuviera por primera vez en superávit… a veces se nos olvida. Sus hijos e hijas cambiaron las aulas. De pronto se nos abría un mundo de posibilidades, de aventuras, una oportunidad de conocer gente y países desde dentro, y sin movernos de casa. Ese no movernos es sin embargo, uno de los fallos vividos.
Empezamos a hablar de interculturalidad, de gestión, de respeto o de tolerancia, con el mismo desamparo de siempre. El gobierno apoyó/apoya estudios, formación, actividades en este sentido… pero es necesario atreverse a decirlo: la interculturalidad ya no está de moda.
Con la crisis económica y financiera de la que hablé al principio, se nos han ido las ideas. Vivimos al día, con miedo: miedo a perder el trabajo, miedo a los cambios de gobierno, miedo a la quiebra de la Seguridad social que nos dejaría sin jubilación… miedo al desahucio… miedo a tener hijos, miedo a ser (no vayamos a molestar a alguien). Y la educación, la interculturalidad han pasado a tercer plano. (A segundo plano hemos pasado las mujeres, por aquello de “ahora son importantes otras cosas”).
En este inicio de año académico, pues, que es –también- año de elecciones generales, me gustaría que recordáramos todo esto. Las causas y las consecuencias de la Historia, pero –también- la de nuestros actos individuales y colectivos. Tenemos por delante un gran reto: el de cambiar un sistema obsoleto, el de mirarnos a la cara y arrimar el hombro. Tenemos por delante cambiar el modelo de sociedad que nos ha visto crecer y que se ha ido modificando a medida en que el mundo lo ha hecho.
Más que nunca tenemos que apostar por la educación pública, multicultural, plurilingüe y mestiza. Este es el futuro. Este es el camino.