Escribo frente al monte, en un día frío y azul, cuando acaban de matar a la última mujer. Van 70 si no me equivoco, y faltan las fiestas de fin de año...
Como casi todas las mañanas voy a tomar café al bar del pueblo, y como casi todas las mañanas me encuentro con Juan.
Juan cumplirá 87 años en unos días... ¿o son 88? Nació aquí y, muy probablemente morirá aquí. Fue cabrero como su padre y luego trabajó en la costa cuando llegaron los primeros turistas. Tuvo 4 ó 5 hijos, no me aclaro nunca y lleva viudo más de veinte años.
Juan es un hombre. Un hombre mayor, criado a la antigua usanza por una madre fuerte y un padre trabajador. Juan se casó enamorado. Y enamorado enviudó.
Cuando se hicieron habituales los viajes del Inserso, empezó a viajar. Llevó su alegría y sus ganas de vivir por las costas españolas, de norte a sur. Canta, baila y se enamora. Recuerda con amor y con respeto a su esposa y seduce a toda mujer que se le ponga por delante... En resumen, Juan vive. Cada momento, cada oportunidad de disfrute, cada amanecer. Está, cada vez que lo necesitas. Sin aspavientos, sin ruido. Siempre con la risa en los ojos.
Juan vive, para descubrir y recordar. Para indignarse de la violencia de género, que no entiende. Juan vive, para lamentar la pasividad de la sociedad y la corrupción de algunos políticos. Y para criticar el pasotismo que reina en su pueblo.
Juan vive, para condenar la violencia contra las mujeres, y para repetir una y otra vez: "Yo nací de una mujer, ¿cómo podría maltratarlas?
Y me pregunto...
-¿Qué papel tiene la educación en la condena de la violencia contra las mujeres?
- ¿Por qué Juan, hombre y vividor, no cayó en el machismo de su época?
-¿Por qué para algunos es evidente el respeto a la madre, considerada pura, y no lo es a las demás mujeres?
- ¿Cómo transmitir a los hijos el compañerismo en la pareja, desde posturas de igualdad?
Gracias, Juan, por dar lecciones de vida con tu ejemplo, y por hablar, siempre, desde el respeto y la igualdad.
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